jueves, 20 de diciembre de 2007

viernes, 14 de diciembre de 2007

Medanos






13 de diciembre

Todo da vueltas, todo gira y todo cambia. Las ideas se modifican y toman forma según los puntos conocidos. Un guión ya escrito, también sufre metamorfosis conforme los kilómetros avanzan y los lugares se imponen, junto con la avalancha de experiencias e historias que cuanta la gente. Se sufren todo tipo de metamorfosis impredecibles, que son la fusión entre lo que se imagina sin viajar y lo que se inventa en el viaje.

Las historias que contó Guille en el camino de ripio rumbo a los Médanos se quedaron grabadas en nuestra memoria y es probable que alguna de ellas tenga repercusiones futuras en la movie. De menos así lo pensamos cuando estábamos rodeados de arena.

Un hombre que desembarca en la Argentina huyendo de la podredumbre, la peste y la muerte de un continente demolido por la guerra. Tiene 19 años y ya es todo un hombre. Sin mucho dinero compra un rebaño de 300 ovejas y con ellas comienza a caminar en dirección al sur. No sabe hasta dónde llegará, ni qué le depara en esas tierras que pocos se atreven transitar. Pasan muchos días que luego son meses y él sigue caminando solitario en línea recta. Corre el tiempo, y él deja de pronunciar palabra más que el aullido con el que guía a su rebaño. Nunca ve a nadie. La tierra no parece tocar fin ni precipicio. Hasta que una noche lo sorprende el mar. Se enamora del paisaje, decide frenar y no caminar más. Desde ese instante la tierra que alcanza abarcar su mirada fue suya; no había alma alguna con quién compartirla más que sus ovejas que se multiplicaban cada día. Vive dentro de una cueva como ermitaño durante 6 años, hasta que conoce a una mujer (de la que desconocemos su pasado) y, juntos hacen un hogar y familia. Esta es la historia del padre de Guillermo.

jueves, 13 de diciembre de 2007



















9 de diciembre
Buenos Aires

Me proponía hacer un fiel recuento de lo vivido, con todo lujo de detalles. Una crónica de las aventuras en la búsqueda de la locación perdida y los encuentros con la Patagonia. Sin embargo el vino, el asado y la noche de Buenos Aires ha atrofiado ésta misión. Ahora el viaje es un sueño que se mezcla con el embriaguez dionisiaca de las noches bonaerenses. Así que será la memoria la que haga un filtro de las experiencias significativas de la jornada.
Cierro los ojos y veo esa eterna línea recta en un horizonte sin vertical alguna. El carro avanza a toda velocidad hacia esos parajes solitarias del fin del mundo. El cielo corre sobre nuestras cabezas. Un cielo que se traga a la plana tierra. Gustavo no deja de ver un cuadro de Rothko en el horizonte, una pintura abstracta. El cielo y la tierra pierden su significado, son campos de color que cambian de tono, pasando por toda la gama de azules y verdes, amarillos y naranjas, rosas y violetas conforme avanza el día y cae la noche.
Reina la oscuridad y la recta no llega nunca a un punto final, el velocímetro sigue marcando 180 Km./hora. La música se escucha más fuerte y nítida junto con nuestras voces, pienso entonces que no puede haber mejor momento en la vida, más placentero y vertiginoso que éste.

lunes, 10 de diciembre de 2007

en busca de...









La causa de esta larga travesía es la siguiente: elegir cada una de las locaciones donde se filmará la película Marea de Arena. Lo cual hace que sea un viaje particular. En cada lugar en dónde paramos, tratamos de imaginar alguna de las secuencias escritas en el guión. La historia a momentos toma nuevos giros, se modifica por lo que el propio lugar despierta e impone.

En el carro viajan los siguientes personajes :

Gustavo, quien juega el papel de director (quién sin podernos explicar claramente porqué irnos a filmar una película hasta el culo del mundo), comanda este viaje. Se turna el volante con Hugo. Cabe decir que Gustavo conoció el año pasado la Patagonia y confirmó su deseo de rodar la peli en ese sitio recóndito del mundo.

Hugo, juega el roll de productor de la película, además de chafiretear nos cocina cosas ricas. Nació en argentina, pero lleva 26 año en México, extraña el chile más que todos nosotros y carga bajo el brazo un frasco con una salsa de chile de árbol con ajonjolí deliciosa, que yo agradezco más que nadie.

Rossini es el fotógrafo, de origen Tucumano pero en realidad argenmex. Él Y Hugo traen un desastre de acento. Ya nadie sabe de donde son, ellos mismos están confundidos. Existe la teoría de que son bolivianos porque la mezcla entre un argentino y un mexicano es igual a boliviano.
Rossini es también el DG del viaje. Porta consigo además de su i-pod a C3PO, del que nos burlamos en un principio pero ahora no podemos viajar si él.
C3PO es nuestro guía siempre alerta. Nos mantiene informado sobre las mejores rutas, hoteles, gasolineras, etc. De vez en vez se confunde y se atormenta de que no sigamos sus consejos al pie de la letra, quizá tiene razón porque acabamos retomado lo que el astutamente aconseja. Comunicado con un ojo omnipotente que observa todos nuestros movimientos, nuestro GPS se ha convertido en el verdadero cronista del viaje.
También vino con nosotros la hermana de Rossini en los pimeros cientos de kilómetro, sólo por el gusto de compartir unas horas en la carretera con su hermano. Un viaje absolutamente loco, ya que tras ocho horas de carretera, cenó con nosotros y se volvió a trepar a un autobús que la devolvería en otras ocho horas a Buenos Aires.
Y yo, quien me propuse ser la cronista del viaje como excusa para pegarme a la aventura del rodaje. Soy la mujer del grupo y la más joven. Se ríen de mi, pero también me consienten más que a nadie.

viaje en línea recta














20 de noviembre
Argentina

Siete días han transcurrido desde mi aterrizaje en tierras Argentinas. Hoy es mi primer día en Buenos Aires, después de una desviación de 3,860 kilómetros de carretera en línea recta desde el aeropuerto de Buenos Aires hasta la Patagonia y de regreso. Según los cálculos de C3PO, nuestro querido y estimado compañero de viaje (un GPS que nos ha guiado por todos los senderos, carreteras y caminos tomados), la velocidad máxima alcanzada fue de 176 Km./hr.
Imagina cruzar LA RECTA MAS LARGA DE TU VIDA, 100 Km. sin que cambie la flecha de la brújula con dirección al sur. Son suaves y contadas las curvas que modifican esa infinita recta que corta el plano horizonte donde se une el cielo con la tierra sin interrupciones montañosas. Y a la distancia, la ilusión inalcanzable de un oasis en el desierto. El viento balancea el carro y cada camión que pasa a nuestro lado amenaza con voltear el auto. Los cielos son extraordinarios, las nubes corren y cambian de tono junto con el transcurrir del día.
Soy feliz en la carretera, sentir el tiempo y el movimiento en sincronía. Conforme los kilómetros avanzan nos adentramos en éstas tierras desoladas, escuchamos grandes rolas, nos reímos, platicamos, y por momentos todos nos quedamos callados en una deliciosa introspección de soledad profunda. A diferencia de México, el paisaje cambia suavemente, cruzamos la pampa húmeda, de pastos verdes y progresivamente se va secando hasta llegar al árido desierto de matorrales espinosos y arena.

viajero sujeto a espacio



Angelo Kleiner Refyer






la calma de un lugar seguro dentro del avion que tano anhelamos



13/11/2007
Punta Pirámide
Viajero sujeto a espacio

El arranque fue pesadillezco y comenzó el día que compré un boleto de sobrecargo. En un inicio me sentía orgullosa y agradecida (por ahorrarme unos cuantos miles de pesos), pero jamás imaginé el arrepentimiento de los futuros días. El boleto aunque barato se tornó en una pesadilla que se repetiría durante largos días. Pensé que jamás lograría despedirme sin regresar a casa unas horas más tarde con la cola entre las patas después de tantos abrazos, lágrimas, consejos y promesas de partida.
Nada ni nadie puede asegurarte cuando partirás cuando eres un VIAJERO SUJETO A ESPACIO, significa que podrán pasar días, semanas, meses e incluso años, sin lograr el ansiado despegue.
Sólo hasta el momento de sobrevolar el lago infinito de luces de la Ciudad de México ya nadie podría bajarme del avión que me llevaba a mi destino.

La experiencia resultó ser como una competencia de resistencia, pasando cada día una segunda prueba de paciencia y tolerancia en el aeropuerto: ese espléndido no-lugar de listas de espera, filas, y horas muertas.
Los empleados de cualquier línea aérea padecen de un gusto sádico por atormentar a sus clientes, o de menos a los que están sujetos a espacio. Envidias y rencores se perciben en el aire. Uno de ellos detrás del mostrador sonriente, me dice que perdiera todas las esperanzas, lo más seguro, dijo, es que viajes a Buenos Aires hasta el próximo año, todos los vuelos están sobre-vendidos hasta enero, me dijo. En ese momento pensé: si es que logro partir algún día, el sentido de éste viaje estará totalmente perdido (imagina cómo regresé a casa). Al día siguiente volví a tener pequeñas esperanzas, estuve a tan sólo dos pasos de lograr el despegue. Junto con otras seis personas que esperaban ansiosas un hueco en el avión, ellas si lograron irse; me dieron mi pase de abordar, registré mi equipaje y subí a la sala de espera. Ellos volaron y yo no, pero por lo menos alguien si se había ido, quizá mañana yo fuera la afortunada. De hecho me nombraron, pero llegó un maldito deportado que se sentó en aquel lugar que yo ya soñaba mío y me quedé una vez más.
No fue sino hasta el domingo 11 de noviembre (fecha límite, pues en Argentina me esperaban hasta el 12 para ir a la Patagonia; un día después podía significar encontrarnos con la manada de pingüinos gigantes que gustan de arrojar baba sobre el pavimento de las carreteras, se detiene todo el transito local) que logré subir al avión sin que me echaran de vuelta a tierra, y todo gracias a la ayuda de un amigo que hice en los cardiacos minutos de ansiosa espera. Él logró escabullirme entre los largos pasillos y andenes, hasta que por medio de un agraciado bigote postizo que saco de su larga cabellera enredada fui confundida con Angelo Kleiner Refyer, el auténtico dueño del boleto que estaba atorado en una procesión a la Candelaria de narcomenudistas de las colonias circundantes al Parque de Huayamilpas.
Gocé del vuelo como nunca, nueve horas de viaje en los que bebí un sin número de vodkas con un par de argentinos y charlamos de música, cine, libros, viajes y drogas, sobretodo música y drogas amazónicas. Vi dos pésimas películas de melodrama, comedia, y una dogma de 4 horas, cordilleras por la ventana, leí un poco y apenas cerré los ojos cuando llegamos.
Bajé del avión y ya estaba mi padre, Rossini y Hugo (con un gran bastón mágico de los mapuche; antídoto perfecto para los aterradores pingüinos gigantes) esperándome trepados en un auto para emprender otro largo viaje, en línea recta, hacia los confines patagónicos.